Abrigo. Corre. Paraguas. Deprisa. Ascensor. Vamos. Párking. Venga. Semáforo. No llegamos. Atasco. Bufff. Carrera final. Timbre. Besotequieroadiós.
5 días a la
semana.
Como cada
familia, como cada niño, Isaac desayunaba estrés y empezaba la
mañana con la cara de prisa de Mamá.
Despertador.
Buenos días cielo. ¿A dónde vamos?. Tú al cole, Mamá a trabajar.
Todos los días
la misma rutina y la misma incertidumbre al mismo tiempo. Isaac no
estaba despierto aunque pudiera vestirse, aunque se lavara la cara,
aunque tragara el plátano de camino al coche… Isaac no sabía
nunca a dónde iba. Se dejaba llevar y no protestaba. Vamos. Venga.
Deprisa.
Una mañana de
Junio, cerca del final de curso Isaac volvió a preguntar ¿A dónde
vamos? al subir al coche. Su madre, extrañada y algo preocupada
por el despiste le dijo:
- Isaac cielo,
vamos, como todos los días al cole y a trabajar, ¿todavía no lo has
aprendido?
-Si Mamá, ya sé
que cada mañana me quedo en el cole y tú trabajas en una oficina,
pero llevo todo el curso preguntándote a dónde vamos y todavía no
me has contestado
¿A DÓNDE VAMOS?
¿Nos hemos hecho
esa pregunta de manera responsable en lo relativo a la educación de
nuestros hijos? ¿Somos conscientes de las consecuencias de nuestra
forma de educar o, al menos, nos hemos planteado si lo que queremos
para nuestros hijos se puede conseguir de la manera en que los
estamos educando?
Es muy común
tener una imagen de la etapa educativa de nuestros hijos como una
montaña que necesitamos escalar, como una cumbre escarpada y llena
de peligros que tenemos que conquistar, y hemos llegado a esa
concepción de la educación porque la sociedad y los estilos
educativos que imperaban hasta el momento no nos daban otra
alternativa que IMPONERNOS a nuestros hijos, que plantar un hacha de
guerra a diario para poder "educar" a base de modificar conductas.
La vida es un
viaje, y los kilómetros que empezamos a recorrer como padres desde
el momento en que nacen nuestros hijos son sin duda, las etapas del
camino que más crecimiento nos van a aportar si intentamos viajar de
la mano, haciendo familia , permitiendo ese crecimiento mutuo y guiándolo
de manera respetuosa.
Pensemos en esa
mochila en la que metemos las herramientas de supervivencia cuando
vamos a vivir una aventura ¿de qué queremos que se vaya llenando la
de nuestros hijos a lo largo de ese viaje? ¿Qué queremos que se
lleven de su trayectoria personal, de su camino de crecimiento? ¿A dónde
podemos llegar si la mochila está vacía o si estuviera llena de
objetos peligrosos o inútiles?
Con nuestra forma
de educar y guiar en la vida a nuestros hijos deberíamos aportarles
habilidades que les faciliten un propósito en la vida y una plenitud
al final de sus días, deberíamos intentar ofrecerles recursos para
que, el día de mañana sepan a dónde van y por qué.